de Andrea Giovannini. Hoy cae una lluvia torrencial en Huamaurco, una comunidad Kichwa ubicada cerca de Tena, la capital de la Provincia amazónica de Napo. Ya lleva unas horas lloviendo cuando los pequeños arroyos escondidos en la selva comienzan a hincharse y las aguas a drenar rápidamente . Asimismo, los numerosos tanques, baldes y ollas que la gente coloca en el exterior de las casas, pilotes de madera con techos de chapa, también comienzan a llenarse para recoger el agua de lluvia. Ya estaban vacías desde hace unos días, porque llueve a menudo en la Amazonía, pero los cambios microclimáticos de las últimas décadas han provocado cambios significativos en la estacionalidad de las lluvias, haciéndolas menos constantes y, sobre todo, las reservas de agua se agotan pronto, ya que la lluvia es la única fuente de agua para beber, cocinar y lavar. Parece absurdo, pero la disponibilidad de agua potable y doméstica aún es limitada en Ecuador, especialmente en la región amazónica, donde según el INEC 2019, solo el 54,7% de la población tiene acceso a agua de calidad. La falta de agua potable obliga por lo tanto a las comunidades indígenas a aprovechar el agua de lluvia que no siempre está disponible, y / o el agua de los ríos, a menudo contaminada. Según la encuesta ENIGHUR 2017 (Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos en Hogares Urbanos y Rural), la tasa de mortalidad por enfermedades relacionadas con el agua es de 2,1 por 100.000 habitantes en el caso de las poblaciones indígenas y de 0,4 para la población blanca; por lo tanto, un indígena ecuatoriano tiene 5 veces más probabilidades de morir por una enfermedad vinculada al uso de agua contaminada que el segmento más acomodado de la población.
Hoy llego a la comunidad temprano en la mañana, acompañado de Eliceo, un indígena Kichwa de la comunidad de Campococha, que trabaja con ENGIM desde hace tiempo. En la camioneta transportamos diversos materiales, en su mayoría tuberías flexibles y collarines de tubería para ser utilizados en el sistema de agua que ENGIM está construyendo en Huamaurco, en colaboración con la ONG estadounidense Green Empowerment. El camino para llegar a la comunidad es accidentado y cuesta arriba, y cuando llueve tan fuerte, incluso nuestra camioneta 4×4 tiene dificultades para seguir adelante. A pesar de las lluvias torrenciales, el ascenso a Huamurco es siempre agradable, y no es poco común encontrarse con algún coati o algún agouti deambulando cruzando la carretera a toda prisa. Como es habitual, Sergio, conocido como Ceperiano, nos acoge con su habitual sonrisa propietario de la bodega donde hemos almacenado todos los materiales necesarios para la construcción del sistema. Esta mañana está más hablador que de costumbre, nos ofrece una taza de chicha, bebida típica obtenida a partir de la fermentación de la yuca o maíz, y comienza a hacer preguntas sobre el avance de las obras del acueducto.
Como hace ya un mes, hoy también es día de “Minga”, que es la forma en que los indígenas Kichwa llaman el trabajo comunitario a través del cual realizan labores de utilidad pública; durante la reunión previa al trabajo se decidió convocar a una minga diaria de 12 personas, pero los habitantes de Huamaurco tienen prisa, decidieron que el agua debe llegar a la comunidad lo antes posible, y por eso convocan todos los días “minga general” y más de 30 personas, mujeres y hombres, vienen a trabajar. Estoy profundamente asombrado por la prontitud que la gente muestra en su trabajo, y ese entusiasmo y dedicación se traduce en una inesperada aceleración en el tiempo; en menos de un mes ya se han enterrado más de 1000 metros de tuberías rígidas y flexibles, con conexiones a las casas y medidores.

De repente la lluvia incesante da paso a un sol muy caliente; nadie se sorprende, como nadie se sorprendería si empezara a llover nuevamente en 20 minutos; el clima en el Amazonas sigue sus reglas. Los rayos del sol nos secan y refrescan con la brisa. Al pie del gran árbol de balsa, veo a Samuel, conocido como “Chiquitin”, agitando los brazos y llamandome para que me una a él; me lleva a su casa, a unos metros de distancia, me entrega un vaso de jugo de limón recién preparado y me ofrece una vaina de guaba bejuco, una leguminosa típica de la región amazónica, cuyas semillas están cubiertas de una pulpa blanca muy dulce; él sabe cuánto amo esta fruta. Me cuenta sobre las dificultades de los últimos días particularmente tacaños con la lluvia, que lo han dejado seco. Samuel no tiene un tanque grande para acumular agua de lluvia, lo que le puede garantizar unos días de autonomía en los períodos más secos, pero solo puede contar con unos contenedores pequeños, por lo que se ve obligado a acudir varias veces al día a un pequeño manantial, a 20 minutos de su casa, de la que sin embargo sale agua turbia. Mientras tanto veo a sus hijos asomándose por la puerta, y huyendo riendo cada vez que los miro.

Hoy estamos trabajando en la construcción de una plataforma de hormigón donde se pondrán los dos tanques que tendrán la tarea de filtrar el agua proveniente de la fuente y enviarla al tanque principal, de donde, luego de ser tratada con cloro, será distribuido en más de 30 viviendas. Me complace descubrir que los mingueros no solo son trabajadores incansables, sino también excelentes albañiles. Durante el trabajo les encanta hablar, reír y bromear, así como beber de vez en cuando unos sorbos de aguardiente, pero charlar no ralentiza el trabajo y en pocas horas la plataforma ya está terminada.

En la bifurcación que une los dos barrios de San Carlos y San Cristóbal, nos esperan Natalia y Lucía, elegidas por la comunidad como técnicas de la “Junta de agua”; hoy nos acompañarán a Eliceo y a mí en la realización de algunas conexiones a las restantes casas, son ellas quienes luego se encargarán de realizar las reparaciones y mantenimiento del sistema una vez que esté terminado y entre en funcionamiento, por es importante que participen activamente en su realización y que adquieran destreza y confianza con todo el sistema.

Ya es la una cuando instalamos el último collarin, empiezo a sentir el hambre y rápidamente subimos al barrio de San Carlos, donde nos reencontramos con los otros mingueros, en la casa de Henri, al borde de la cancha de fútbol. Preparar el almuerzo para todos los participantes de la minga forma parte de la misma esencia de la minga. Hoy, todavía me siento muy agradecido con los hombres y mujeres de Huamaurco, quienes se encargaron de prepararme un gran plato de arroz con palmito, plátano y yuca, respetando mi ser vegetariano, sin ningún problema.
El humor está alta, la gente ve cómo el sistema va tomando forma día tras día, y el final de la obra se está acercando cada vez más. Algunos ya están empezando a pensar en el día de la inauguración, y discutimos juntos cómo organizarnos; Maso me pregunta si me gusta bailar, porque seguro que ese día habrá baile y canto.

En Haumaurco, pronto comenzará a salir agua tratada y segura de los grifos de las casas de esta aislada comunidad indígena alejada del sistema público de agua. El sistema garantizará una cantidad de agua de unos 50 litros diarios para cada habitante, y durará , si está bien mantenido, de 15-20 años.
Para mejorar aún más las condiciones higiénico-sanitarias de las familias, la próxima intervención será la creación en cada vivienda de un baño exterior con inodoro, lavabo y ducha, en colaboración con la Universidad IKIAM, pero esta es otra historia, y un reto más.