di Damiano Ivana – Lago Agrio

Lago Agrio, Ecuador  

Octubre 2024 

Estoy Aquí: el espacio que transcurre entre yo y el aquí y ahora, que día tras día estoy aprendiendo  a habitar, respeta una gramática que me es desconocida.  

Se manifiesta a través de presencias multiformes y contradictorias entre sí, tanto que me priva de  cualquier posibilidad de captar su sentido, su ritualidad, su ritmo, su costumbre: el bullicioso y  vibrante ir y venir de las calles del mercado principal, donde los límites que demarcan las  “tienditas” se estrechan fusionándose sin esfuerzo; el cono grisáceo del río Aguarico que huele a  acero vivo y cemento clandestino; la nostálgica ausencia de árboles y vegetación exuberante que me  hace dudar de estar realmente en la región amazónica de Ecuador, una de las zonas más biodiversas  del mundo; la selva que, ávida, succiona, combina relaciones inter-especies diversificadas y  sostenibles, donde vivir en comunidad, abrazando simbiosis y conflicto, se convierte en una receta  sencilla que sabe a pan y leche; la línea del horizonte que mezcla caóticamente lo rural e industrial,  urbano, campesino y artesanal. En mi Aquí, todo parece participar entusiasta de una dimensión  suspendida y perturbadora, sujeta a bruscos cambios de temperatura que hacen tambalear cualquier  equilibrio asentado: a veces, en los automatismos mecánicos que componen mis días —despertador,  desayuno, bicicleta, ir y venir entre el centro de atención a la violencia externa y la casa refugio  para mujeres y menores sobrevivientes de violencia de género— siento la incómoda presión de ser  protagonista de un juego de prestidigitación, hecho de apariciones y desapariciones que me expone  al riesgo de dejarme anestesiar, de ceder al lado de la normalización de innumerables intersecciones  de abusos y violaciones. 

A veces esa maraña que entrelaza  

sujetos imprevistos y marginales,  

fronteras y sus cortinas,  

empresas petroleras, grupos armados y militares,  

parece desmaterializarse. Una repentina pérdida de consistencia de la que es responsable mi  fluctuante capacidad para leer el contexto y saber traducirlo según indicadores que me son  familiares, de modo que me alfabetizo en la vida que se desliza, se retrae y desborda por las  entrañas de Lago Agrio.  

¿De qué está hecho mi Aquí y ahora? ¿Cuál es su peso específico? ¿Cómo orientarse en su trama?  

Hoy más que nunca siento que debo admitir cuán fallido es el intento obstinado y soberbio de  captar, de saber descifrar inmediatamente la nueva alteridad de la que se empieza tímidamente a  tener experiencia, repetición de esa hereditaria tentación blanca occidental de apropiarse  indebidamente, sistematizar en categorías lógicas de control y dominación todo lo que no se conoce  y que se desea contener con la rapidez de un destello instantáneo y superficial. Desde que elegí  prestar servicio aquí en Ecuador, me repito con la austeridad de una oración laica, un recordatorio  que suena más o menos así: “déjate atravesar y traspasar por las cosas, concediéndote la perplejidad  siempre cuestionante del „no lo sé‟, el desasosiego sombrío de la selva que acoge y al mismo tiempo  aterra con sus no dichos. Acepta la necesidad de los procesos lentos, provisionales. Haz de la  observación y el silencio herramientas privilegiadas para captar conexiones y puentes.”

Sin embargo, siempre he creído que —sobre todo cuando se lanza a la novedad— las palabras  funcionan como activadores, como líquido de contraste capaz de visibilizar aquello que resiste a la  vista y al tacto, como dispositivos de lucidez para aferrarse a la vida que persiste y avanza. Así, he  decidido elaborar una pequeña estrategia de supervivencia y de lento acondicionamiento:  

un breve fraseo, abierto y en desarrollo, de palabras talismán, elegidas como guía y refugio,  

para deslizarme en las pequeñas verdades que se abren y que, impalpables, me devuelven preguntas  en las que zambullirme,  

para domesticar la aridez de los límites y de las situaciones desafiantes,  

para aprender a desaprender,  

para acompañarme y acompañar. 

1. (ser) Frontera. Aquí, (ser) Frontera se entrelaza con complejidades y condiciones de  opresión estratificadas que, como círculos concéntricos, se evocan y superponen, creando un  panorama caleidoscópico impactado por esa lógica despiadada que busca deshacerse de  quienes no se consideran necesarios para la acumulación de capital. Aquí, (ser) Frontera  significa poder unir los puntos, privilegiar las conexiones, reconocer la matriz común de la  violencia de género y sistémica. 

2. Cuerpo-territorio en las zonas de sacrificio. Aquí, los cuerpos son territorios y los  territorios son cuerpos vivos. Específicamente, hay cuerpos que cuentan —biológicamente  asignados como hombres o masculinizados, blancos, occidentales, hábiles, económicamente  acomodados— y cuerpos declassados que socialmente no cuentan, asumidos como objeto  colonial de consumo y dominio, en su mayoría cuerpos femeninos/feminilizados. Aquí, el  efecto de los procesos de colonización emerge feroz, radicalizando aún más la ruptura entre  el mundo natural ancestral y el mundo humano, en cuyas grietas, sin embargo, brota la  análoga similitud de destino y trato entre el cuerpo femenino/feminilizado y la naturaleza,  ambas explotadas y violadas. Sin embargo, aquí, en esta zona de sacrificio, aprendo que,  contra todo pronóstico, esos cuerpos convertidos en subalternos se levantan y reclaman el  cuerpo como el primer territorio a defender y del cual reapropiarse, como manifestación de  lo que ocurre en el territorio y el territorio como cuerpo social. 

3. Una geografía de la Cura: sanación y acompañamiento. Aquí, en la circunferencia  protegida y segura de la casa refugio en la que presto servicio, se vuelve cada vez más  necesario construir tramas de cuidado colectivo. Se trata de una empresa difícil y frágil, que  contempla esfuerzos, conflictos y círculos de reconciliación, más allá de cualquier  romanticización imaginable. Sin embargo, darse la oportunidad de organizarse en redes de  apoyo mutuo, de crear formas de cuidado colectivo, de generar espacios de sanación,  significa oponer resistencia a la devastación deshumanizante de la violencia sistémica,  invirtiendo el orden de las cosas y construyendo alternativas posibles. Aquí, los espacios de  proximidad y refugio nunca son suficientes, a menudo acosados por la retórica de la  emergencia y por la escasez de recursos para acoger a todas, para permitir a todas el tiempo  legítimo de escucha y descanso, de pacificación del trauma y del recuerdo. Aquí, en estos  intersticios de hermandad, se tejen tramas comunitarias, vínculos sanadores entendidos  como prácticas anticoloniales y antipatriarcales, donde el cuidado se transforma en un acto  político y la política se presenta como una forma de restitución.

4. (ser) Pervivencia1. La etimología española de “pervivencia” implica la acción de sobrevivir  a pesar del tiempo y las circunstancias adversas; “pervivir” significa literalmente  “permanecer vivo“. Aquí, he encontrado muchas pervivientes, aquellas que, a pesar de  experiencias traumáticas, logran imaginar la posibilidad de un renacimiento, abrazando la  re-existencia como horizonte de liberación. Aquí, la pervivencia se sitúa en un espacio  ambiguo, un límite lábil entre realidad y magia, donde la esperanza se convierte en un  elemento capaz de salvarnos, transformando el dolor en un poder creativo y transformador. 

1Término conocido gracias a un libro que me ha acompañado en estos primeros meses de servicio, “Restar Vivos” de  Valentina Barile.