de Emma Cortese – El 13 de junio, la Conaie (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador) convocó un paro general contra el gobierno de Ecuador -actualmente encabezado por el conservador liberal Lasso- acusando a la clase política de no resolver los problemas estructurales del país, como la corrupción, la inflación, la ineficiencia del sistema de salud y el desempleo.
Los indígenas son alrededor del 25 por ciento de los 17,5 millones de habitantes de Ecuador, de los cuales más de la mitad son “mestizos”, es decir, personas de etnia mixta. Desde 1986, la Conaie ha sido una de las instituciones más importantes a la hora de promover reivindicaciones sociales y económicas.
La movilización partió de grupos indígenas, entre los más afectados por la crisis económica en la que se encuentra el país, pero también involucró a otros sectores de la sociedad. Las demandas de los manifestantes, que ya habían sido presentadas al gobierno meses antes, se concentraron en diez puntos clave, entre ellos la reducción y congelamiento de los precios de los combustibles (a 1,50 dólares el diésel y a 2,10 dólares el galón de gasolina -es decir 3,78 litros-) ; control de precios de los productos agrícolas, como garantía para los agricultores y ganaderos; reformas laborales y mayores derechos para los trabajadores; no a la ampliación de la frontera minera en territorios indígenas y reparación integral por los impactos socioambientales causados ​​hasta ahora; el respeto a 21 derechos colectivos, entre ellos la educación bilingüe, la justicia indígena, la consulta previa, libre e informada, la organización y la libre determinación de los pueblos indígenas; detener la privatización de activos nacionales y sectores estratégicos; reformas urgentes en los sectores de salud y educación y políticas de seguridad pública.
Las protestas comenzaron pacíficamente, y otros sectores de la sociedad, como grupos estudiantiles y del transporte, se sumaron a los indígenas en poco tiempo. El núcleo de la acción se concentró en Quito, ya los pocos días comenzaron los enfrentamientos, fomentados por la detención del presidente de la Conaie Leonidas Iza. El gobierno ha declarado la introducción de medidas excepcionales en algunas zonas del país, como toques de queda y estado de emergencia, y ha otorgado mayores facultades a la policía con el objetivo de reprimir las protestas. Esto ha agravado la situación y han comenzado a circular videos de enfrentamientos violentos, tiroteos, lanzamientos de bombas de humo, detenciones. Las calles de Quito se llenaron de disparos, gritos concisos, fuego y humo. Con la muerte de algunos manifestantes, la protesta se ha radicalizado en algunas zonas del país, incendiando medios de transporte, comisarías y la sede del Banco de Guayaquil, del cual el presidente Lasso es uno de los principales accionistas.

En Tena, sin embargo, el paro llegó tarde. Ríos de personas habían estado marchando en Quito durante una semana, los pueblos indígenas de la Sierra bajaron de las montañas hacia la capital para continuar con la protesta. Aquí en Oriente, como llaman a la región amazónica ecuatoriana, hubo rumores, noticias confusas, mensajes reenviados infinidad de veces en los grupos de WhatsApp, pero nada se movió. Los primeros signos tangibles de la situación del país comenzaron a verse cuando, con las principales vías bloqueadas por barricadas y manifestantes, se hizo difícil escalar las montañas y conectarse con el resto del país. Imposible salir de la región, por lo tanto, difícil entrar y salir de cualquier tipo de mercancía. Se ha hablado de racionamiento de alimentos, agua, gasolina. La federación indígena de Napo, Foin, celebró su aniversario en esos días, por lo que se sumó a la movilización general recién el lunes 20 de junio, con una semana de retraso; con su salida al campo, el paro finalmente llegó a Tena: en un solo día se levantaron barricadas en las vías principales, aislando la ciudad de sus vecinos Puerto Napo, Archidona y Misahuallì. Troncos de árboles, llantas quemadas, montículos de tierra y piedras bloqueando el paso de autos, y grupos de manifestantes para controlar el tránsito, en ocasiones armados con lanzas y machetes. Los motociclistas se improvisaron como taxistas, ofreciendo viajes pagados más allá de los puestos de control. La ciudad, siempre tan ruidosa, se ha vaciado. Las noches transcurrían en silencio, sin las habituales bocinas de los taxis, que, con la falta de gasolina, ya casi no circulaban. Poca gente en la calle, pocos carros, y ningún colectivo parando en la rotonda a unos pasos de la iglesia del barrio Dos Ríos. Incluso los camiones de recogida de residuos, que nunca pasan desapercibidos gracias al ensordecedor tintineo que anuncia su paso, han dejado de circular. Escuelas e institutos cerrados, persianas de tiendas listas para ser bajadas repentinamente si es necesario, restaurantes sin poder funcionar por falta de alimentos. Durante diez días en toda Tena no se pudo encontrar productos frescos, frutas o verduras, generalmente importadas de la Sierra, y ya no había una tienda que vendiera pollo. Teniendo en cuenta que este último es el ingrediente principal de la mayoría de los platos aquí, no es de extrañar que los restaurantes estuvieran casi todos cerrados. La gasolina también comenzó a agotarse, hasta que la Conaie anunció la orden de permitir el paso de suministros de medicamentos, alimentos y gasolina por los retenes. Ese día el gran parque infantil del Parque Central, en el centro de Tena, se llenó de gente, aglomerada en la calle y en las gradas, amontonadas formando una larga y desordenada fila, todas con sus propios cilindros, vacíos, azules, esperando la llegada del camión de repostaje.

Aunque estos escenarios parecían, a mis ojos extranjeros, tan apocalípticos, en Tena en realidad la situación siempre se ha mantenido muy tranquila: marchas pacíficas, coros y cantos, en la plaza principal donde seconversába, comía y bebía juntos, ningún enfrentamiento con la policía. Sólo el Parque Central estuvo rodeado, por unas noches, de barricadas de fuego que iluminaban la noche de manera fantasmal, bajo la lluvia.
No tuve experiencia directa de estos hechos, pero pude compararme con jovenes de Tena que me contaron su experiencia: en pequeños grupos, con tambores y maracas aún en la mano y banderas del Ecuador amarradas como un manto alrededor del cuello, se reunieron una tarde alrededor del fuego en el centro cultural que se ha abierto recientemente a lo largo del río. Venían de las marchas, y eran fervientes: seguían con ansiedad las noticias de Quito, de Guayaquill, arremetían contra los militares y su violencia, lamentaban la falta de participación de la población de la ciudad de Tena. Me dijeron que no es raro, que ya pasó, que el pueblo ecuatoriano se levante y derribe un gobierno con el que no está satisfecho -quién sabe qué no pasará- pero también que el país está desgarrado por tremendas desigualdades económicas, sociales y culturales, y no hay un frente común en esta lucha. Me hablaron del racismo que tienen muchos urbanos hacia los indígenas, y de la extrema polarización de los medios de comunicación, que son totalmente pro-par o fuertemente en contra, y condenan a los indígenas como vándalos y criminales. En algunas ciudades han surgido contramanifestaciones a favor del cese de la movilización, grupos de manifestantes vestidos de blanco que lamentaban el fuerte impacto que el bloqueo al país estaba teniendo en la economía y el turismo.
Es difícil comprender completamente este contexto, tomar partido o incluso obtener información objetiva. Mientras duró el paro, circularon noticias falsas, fotos y videos de manifestaciones antiguas, información contradictoria, y era difícil salir con tan pocas fuentes confiables, sobre todo para una persona fuera del país. Yo, mis compañeros y compañeras del Servicio Civil hemos observado con cautela, tratando de sustraer información verdaderas en esta inesperada y delicada situación, y sorprendiéndonos de lo mucho que esto ha pasado casi desapercibido por la prensa italiana e internacional.

El paro duró dieciocho días de marchas, enfrentamientos, conversaciones inconclusas y un intento fallido por unos pocos votos de destituir al presidente, y terminó repentinamente una mañana, cuando el gobierno acordó rebajar en 15 centavos el precio de la gasolina y se comprometió a cumplir con las demandas de los manifestantes durante los próximos noventa días.
El ambiente cambió repentinamente, los indígenas salieron de Quito para regresar a las montañas, las barricadas desaparecieron y los camiones de transporte comenzaron a circular nuevamente. Las calles de Tena se han repoblado y todas y todos han vuelto a trabajar como siempre.
Los restos calcinados de las barricadas quedan en las calles, carbón en el asfalto y paja chamuscada.
Por otro lado, me quedé con la sensación de no poder entender del todo lo que pasó en estos días suspendidos, y la idea de haber vivido, aunque fuera a la distancia, una experiencia fuera de lo común que me hizo ponerme en duda mucho de lo que pensaba antes.