de Rodrigo Bonetti

Recuerdo con claridad las palabras pronunciadas por un chico que encontré a lo largo de las primeras semanas en Quito. Al preguntarle qué opinaba sobre la ciudad me dijo, lloriqueando: “Quito es complicado”.
Aprendí que necesitaba recalcular por completo todas mis anteriores evaluaciones.
Para empezar, Quito es una ciudad única en su género, surge a 2.800 metros de altura, lo cual la convierte en la segunda capital más alta del mundo después de La Paz en Bolivia. Tiene una extensión de unos 50 km y una anchura de unos 8 km. La ciudad se divide en parroquias y a su vez en “barrios”, lo que en italiano llamaríamos “quartieri”.
Las áreas con mayor densidad de población se encuentran al sur de la ciudad, donde se registra la mayor incidencia de pobreza y pobreza extrema entre las familias, dato que, por cierto, se desconoce entre la mayoría de la población. El simple acceso a numerosos barrios de la ciudad – como San Roque, San Juan, la Magdalena y la Marín – es altamente desaconsejado. Al norte de la ciudad, en cambio, se registra la presencia del segmento más rico y acomodado de la población, con alta presencia de extranjeros.
Tengo la suerte de vivir en un barrio tranquilo y seguro ubicado en el norte de Quito, entre los ricos. Sin embargo, todas las mañanas, al ir hacía mi trabajo miro con claridad la amplitud de la brecha social entre la población de la ciudad, a bordo de un bus que, en dirección hacía el sur, me conduce a unos de los barrios que mencioné arriba y que no podría definir como “tranquilo”, honestamente. El panorama, desde la ventana cambia radicalmente: desde los macizos de flores bien cuidados, a la basura amontonada al borde de la carretera, y un grupo de perros callejeros peleándose por un hueso de pollo. El miedo a llamar la atención –o ser atracado– siempre está a vuelta de la esquina. En unas pocas paradas de bus Quito puede pasar de una joya andina a un infierno.
Pero Quito es más: es la ciudad donde el clima y la temperatura cambian más rápidamente que en Londres. Los quiteños definen tales condiciones climáticas como una “eterna primavera”. Las mañanas son frías y sin sol, pero acercándose al mediodía las temperaturas alcanzan los 25/26° y siempre hay que llevar protector solar y gorra, de lo contrario, una quemadura solar está garantizada. Hace unas semanas, en compañía de unos compañeros, fui a visitar un colegio con motivo de una obra de teatro navideña, protagonizada por unos niños del centro educativo donde trabajamos. El sol tardó solo media hora en quemarme por completo la cara y la cabeza… ¡Quito, no sea malito!

Además del tráfico, de los bocinazos y del humo negro de los autobuses, también hay días de descanso. En los días de sol, la gente de la ciudad aprovecha para disfrutar de los parques públicos, hacer deporte, un picnic o simplemente echarse al sol. A pocos minutos de nuestro hogar se extiende el parque de La Carolina, uno de los más conocidos de Quito, donde encontramos canchas de futbol y de vóley, además de verdes explanadas para sentarse tranquilamente. En la parte central del parque hay una serie de puestos donde se venden todo tipo de platos ecuatorianos, salados y dulces, pasando por jugos de frutas y carnes a la parrilla. Los días en el parque podrían ser infinitos, si no fuera porque, desde un rincón del cielo, podrían parecen cúmulos de nubes negras, que llaman “la negrita”; encontrándose uno así, bajo una lluvia torrencial de la que es prácticamente imposible escapar con un frío que penetra hasta los huesos (fresQuito)…Quito, ¡sin mar malito!

El centro histórico de Quito, con su arquitectura colonial del siglo XVI y XVII, y con la opulencia y magnificencia de sus iglesias, es una joya de belleza deslumbrante, eso le permitió, en 1978, ser nombrado patrimonio de la humanidad por la UNESCO. El centro es un continuo subibaja, repleto de turistas y vendedores, que recorren calles empinadas. Lograr la cima de una calle es una emoción única. Quito, literalmente, te quita el aliento, así que hay dos posibilidades, que sea por su belleza o por sus pendientes que te desmayan. Quito, ¡no sea malito!
Quito, en mi opinión, es realismo mágico: un lugar donde todo es fantástico y a la vez “normal”, la percepción de realidad cambia junto con la percepción del tiempo. Espero que el tiempo que todavía me queda por vivir en esta ciudad siga así, con su carácter mágico y extraordinario, esperando que…Quito…¡no sea malito!