de Ilenia Meneghesso – Y aquí estamos, a la mitad de mi servicio civil. De lo que supe cuándo llegué, probablemente todo ha sido invertido. Llegué con un montón de ideas, poco a poco dejadas ir para encontrar otras nuevas. Difícil de entender un contexto, cuando todavía no vivimos allí todos los días; todavía es difícil, a pesar de haber vivido aquí durante seis meses.
De todas las cosas nuevas que encuentro aquí, una de las más increíbles sigue siendo el mundo de la Escuela Especial Spiller. Un mundo que probablemente desde mi casa, en Italia, no hubiera sido fácil imaginar y comprender, y a veces me parece que ni siquiera al contarlo pueda devolver una mínima percepción de lo que es, pero intentaré contar lo que vivimos aquí.
Cada día es totalmente nuevo y nunca se da por sentado, entro por la puerta de la escuela y miro al patio todas las mañanas preguntándome lo mismo, qué va a pasar hoy. Sí porque Spiller es una escuela, pero también es juegos, música, bailes y mucha comida. Pero para dar la idea quizás hay que decir que la escuela aquí es muy diferente a la concepción que tenemos en mi país. En primer lugar, en Italia no existen contextos escolares como este, donde se agrupan los chicos con discapacidades.
Aquí los chicos viven una vida totalmente diferente, y en muchos aspectos menos cómoda. Aquí cada uno es responsable de lo que le concierne; ningún padre intentaría gritar a un maestro porqué su hijo llegó sudoroso de la escuela después de la clase de educación física, por ejemplo. Aquí, si hay trabajo que hacer en la escuela, todos aportan sin oponerse; aquí las aulas no tienen ventanas sino huecos que siempre quedan abiertos y cuando llueve el ruido de la lluvia sobre el techo de zinc es tan fuerte que hay que gritar para ser escuchado.
Aquí, cuando suena un poco de música, los niños bailan despreocupados, aquí todos tienen uno enorme pasión por la cocina y toda ocasión es buena para cocinar y comer. Aquí los niños corren descalzos, se ensucian pintando sin pensarlo, juegan, se suben árboles para recoger fruta para comer. Afuera de las aulas nunca hay silencio, el fondo de música o niños jugando siempre está presente.

Los chicos aquí nos abrazan tan pronto como cruzamos la puerta y durante el receso están libres, a veces tienen dificultades a estar sentados durante horas en un escritorio, pero para los maestros esto ni siquiera parece ser un problema.
Mientras en Italia los chicos son asfixiados y enredados por las dinámicas de las redes sociales, o por la atención espasmódica a los resultados, por los test con buenas notas, aquí los jóvenes viven otra dimensión.
Aquí los niños son más independientes, a menudo sucede que son abandonados a si mismos, que sus padres están borrachos, que los padres golpean a las madres, a veces tienen que ayudar a la familia en sus negocios o tiendas después de la escuela; así aprenden desde pequeños a realizar las actividades relacionadas con la finca o la casa, el cuidado de los hermanos.
En cuanto a la discapacidad, aquí ciertamente no se trata con la justa inclusividad. Por ejemplo, en algunas familias con niños con discapacidades los padres a menudo tienden a distanciar o excluir a sus hijos de la sociedad que los rodea como si fuera una vergüenza o un inconveniente para ellos hacer que este tema sea transparente. Definitivamente un sistema escolar en el que los niños discapacitados son agrupados y automáticamente excluido de la dinámica de un mundo que se separa, no ayuda la inclusividad. Spiller representa un mundo cerrado desde el exterior, pero estos niños y niñas no viven en una dimensión de encarcelamiento o exclusión, sino que parecen personajes de un cuento de hadas que viven lejos del otro mundo. Sin embargo, este otro mundo importa, y está más cerca de lo que quieres ver, porque a cierta edad los niños tendrán que terminar la escuela y con el resto del mundo tendrán que chocar. También es cierto que en la escuela se anima a los alumnos a desarrollar habilidades que los hagan autónomos en múltiples actividades, pero eso no quita que el solo hecho de estar dentro de esta escuela los excluya independientemente de otra realidad escolar; como si ya estuviera predeterminado que no pueden realizar actividades como “otros” niños. ¡Sin embargo, esta no es en absoluto la sensación que transmiten los chicos de Spiller!
Tienen capacidades, pasiones, habilidades, curiosidades como todos los niños.

Desde el primer día me impresionó la sinergia entre los chicos, inmediatamente fui presa por esta esta pequeña realidad como si estuvieras conectada de alguna manera con esas sonrisas. Los chicos de esta escuela son como personajes en un cuento increíblemente único, porque cada uno de ellos tiene su propia forma muy personal de ser y vivir. Hay quienes en la mañana nos llega abrazándonos, quien puntualmente olvida mi nombre todos los días, quien dice cosas a contrario a lo que quisiera decir y quien nos saluda con un simple gesto. Todos nos llenan de un cariño inmenso y ha sido así desde el principio, desde que no nos conocían. Los abrazos son así tantos que a veces casi siento que no los merezco. Somos en este contexto pensando de poder aportar algo (con la típica mentalidad occidental) y en cambio vengo aquí y probablemente mucho me lo llevo conmigo, gracias a ellos.
Me doy cuenta de cómo el tiempo logra crear una relación específica para cada uno de ellos, una comunicación que no se compone sólo de palabras, sino también de miradas y gestos. Gradualmente comienzo a darme cuenta de su actitud cuáles son las cosas que están tratando de envíame. Cada día nos conocemos mejor, empezamos a entendernos sin siquiera hablarnos, una relación sutil e invisible en la que nos comunicamos con un lenguaje completamente nuevo. Una agudización de la escucha, la mirada y la empatía para saber realmente escuchar al otro.
Lo que se experimenta dentro de esta escuela sigue siendo un momento de belleza con regusto amargo. La magia de verlos jugar, bailar, correr, reír, a veces discutir… sin frenos sociales y de la manera más natural posible: la de un niño inconsciente de una realidad del que está excluido pero que vive con espontaneidad y ligereza cada momento del día.
Estos niños y jóvenes, cada día, me enseñan la belleza de ser ligeros, la simplicidad de seguir siendo niños.

En el fondo, este pedazo de historia compartido con ellos seguirá siendo mágico, ya que seguirá siendo dentro de mí ese sentimiento de espontaneidad de la vida, lleno de aspectos que hasta hace poco ni siquiera había considerado.
A S. que no puede caminar sola ni comer pero que puede hablar con los ojos;
a A. que olvida una frase dicha después de dos minutos pero siempre está lista para darte la bienvenida;
o J. que en cuanto oye música se levanta del pupitre y se va a bailar;
a S. que no oye y no habla pero que sabe acallar todos sus compañeros cuando no me escuchan;
a M. que sonríe entusiasmado cuando en el recreo los chicos lo empujan haciéndolo correr en las competiciones de sillas de ruedas;
a S. con su mirada astuta, de alguien que sabe exactamente dónde encontrar comida escondidas cuando quiera, pero que luego vendrá dulcemente a susurrarte al oreja que combinó;
a J. que no oye y no habla pero que ríe con la risa más contagiosa que he oído;
ellos como todos los otros, me enseñan a reevaluar la vida, mi experiencia aquí, mi manera para pensar todos los días.