
di Francesca Battilana – Lago Agrio

La llegada a Lago Agrio se anuncia con estruendo, incluso para quien llega como principiante a la Amazonía. Al salir de la selva, el asfalto se vuelve más liso y libre de baches, aparece la señalización horizontal y las carreteras se ensanchan. Un gran tubo negro serpentea a la izquierda de la vía, otros más pequeños se unen a él desde el bosque. El número de carriles primero se duplica, luego se triplica, y después una isla de tráfico divide las calzadas. Aumenta la luz, emergen los monocultivos.
El bosque se va despejando, el metal aparece en un crescendo lento: postes eléctricos, grúas, apisonadoras, luego contenedores, camiones, cisternas. Tres cuartas partes de los vehículos que nos rodean están vinculados al petróleo: transporte, procesamiento, excavadoras, abastecimiento y mantenimiento de los mismos vehículos. “Peligro – Inflamable” se lee en la mitad de los vehículos que cruzamos.
El olor se vuelve más acre. La humedad fresca y viva de la selva es invadida por la contaminación de los tubos de escape y por el plástico quemado. El aire está tan impregnado que respirar se vuelve molesto.
Lago Agrio, un nombre heredado directamente de Sour Lake, ciudad natal de la compañía petrolera estadounidense Texaco (hoy Chevron), que en los años 60 comenzó la insaciable y violenta extracción de crudo en la región.
La ciudad se alimenta del petróleo. El cielo suele estar nublado y siempre hace calor, las calles están diseñadas para camionetas 4×4 y camiones cisterna, los negocios familiares predominantes son talleres mecánicos y ferreterías, y la mayoría de los objetos de uso cotidiano son de plástico. Todo parece temporal, efímero, nada hecho para durar o ser legado. Se dice que hay hidrocarburos en el acueducto. Cuando comienzan las horas interminables de cortes de luz (hasta 14 al día), una ensordecedora sinfonía de generadores eléctricos alimentados por gasolina se eleva desde cada puerta, elevando la temperatura de las calles y diezmando la calidad del aire.
Pero “Petroecuador – Garantía en Cantidad y Calidad” vigila en cada esquina, prometiendo un futuro de progreso y abundancia, libre del dolor y el conflicto que el extractivismo ha traído a la región amazónica ecuatoriana. Oro negro contra oro azul. Tiempo del dinero contra tiempo de vida.
Al salir de los límites de la ciudad, la selva recobra lentamente su vigor, el aire se vuelve más fresco por un momento. Luego aparecen los mecheros, los derrames, los ríos contaminados, las piscinas de petróleo. Los casos de cáncer aumentan exponencialmente. “Fluye el petróleo, sangra la selva” nos repiten los colegas de la Unión de Afectados y Afectadas por las Operaciones Petroleras de Texaco (UDAPT), quienes trabajan diariamente desde hace más de treinta años por la salud de la región.

A través de la Unión, las comunidades indígenas luchan por garantizar el agua potable, reparar la salubridad del medio ambiente, defender sus derechos y lograr una vida digna. UDAPT ofrece apoyo mediante asesorías legales, talleres de construcción de huertos orgánicos y viveros tanto familiares como comunitarios, encuentros de formación en gestión económica comunitaria para mujeres, y sesiones de terapia física para personas afectadas por enfermedades oncológicas causadas por la contaminación petrolera. También trabaja para exigir justicia contra la impunidad que ha envuelto a Chevron/Texaco durante 31 años, y el cumplimiento por parte del Estado de las sentencias obtenidas contra los mecheros y en protección de las personas con cáncer.
Desde hace más de treinta años, UDAPT representa la memoria histórica de la región, con extensos archivos fotográficos, recopilaciones de datos, estantes llenos de expedientes, y horas de entrevistas para que nada sea olvidado. La defensa ambiental de cuatro provincias se sostiene en el poder de desmentir las falsedades contadas por propaganda o conveniencia, aportando pruebas irrefutables de la existencia (o no) de determinados eventos.
Entre tantos contrastes, esta Amazonía para principiantes nos presenta, por supuesto, más preguntas que respuestas. Llegamos aquí teniendo claro que el Servicio se realiza al ritmo del último, como en la montaña, y recordando que la vida cambió cuando alguien elijo la belleza. ¿Quién es el último aquí? ¿Qué es la belleza? ¿Quién tiene el poder de elegir? ¿La belleza es lo que falta en una ciudad envuelta en petróleo y aire gris? ¿O es lo que ponen quienes trabajan para resistir a las extracciones?

Tal vez la belleza reside en las plumas en las orejas de las mujeres, las marcas naranjas en los rostros pintados, los labios coloreados de negro, los collares de cuentas que rodean cuellos, hombros y caderas de los hombres, los tocados adornados, las canciones, las palabras que encienden el orgullo tras los ojos. La belleza reside en el antiguo acto, a veces descuidado y subestimado, de cuidar el entorno que se habita, con la consciencia de ser parte de él. La belleza es exigir justicia aunque el adversario sea mucho más grande que tú, con más brazos, con lobbies importantes y amigos poderosos. La belleza se revela en una lucha llevada a cabo aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, y aunque el sol se ponga.¿Cómo se vive en esta ciudad invisible? La manera más auténtica exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.