de Gaia Pretto. Ecuador, tierra del cacao y el café. Frutas tropicales, flores fragantes y coloridas, hojas increíblemente grandes. Hojas que se convierten en un rápido refugio del agua cuando las lluvias son torrenciales o que se pliegan con destreza para crear maitos para cocinar tilapias y cubrir ollas llenas de yuca.
Durante mis días suelo detenerme y observar a la gente que me rodea, es fascinante captar el vínculo entre el hombre y la naturaleza, la practicidad con la que se utilizan los elementos naturales, lo poco que se tiene se optimiza, transforma y utiliza.
Aquí en el bosque se percibe la sencillez de la vida, las necesidades básicas del ser humano, una vida libre de superestructuras sociales y en ocasiones incluso tan cruda.
El proyecto del que formo parte, con la Fundación francesa Ishpingo, que se ocupa de la reforestación y la seguridad alimentaria, me permite conocer a diferentes personas de comunidades rurales, intercambiar experiencias, charlar y esfuerzo.
El proyecto está estructurado en subproyectos, cada uno de los cuales tiene como objetivo involucrar a una comunidad diferente, a veces una familia, para comprender cuáles son sus necesidades, qué árboles frutales y maderables son importantes para ellos para plantar. A esto sigue una explicación de qué es un sistema agroforestal y qué tipos existen, qué significa aumentar la agrobiodiversidad en el chakra y cuáles podrían ser los beneficios económicos a largo plazo. La fase práctica consiste en la creación de viveros comunitarios, llenando las fundas con tierra, donde posteriormente se destinarán las nuevas plántulas y, posteriormente, la fase de seguimiento hasta la siembra de las plantas.

Se espera que nuestra presencia sea bastante larga, alrededor de un año, y esto nos permite conocernos y entrar en confianza poco a poco, a pesar de una desconfianza inicial.
El aspecto de las relaciones humanas ciertamente sigue siendo el más interesante. Durante el trabajo bromeamos e intercambiamos conocimientos, se cuentan anécdotas y creencias tradicionales, por lo que el esfuerzo parece pesar aún menos en este clima de compartir.
Con el tiempo he aprendido a conocer y apreciar el concepto de minga o trabajo comunitario; en estos lugares llegamos a comprender la importancia de la ayuda mutua y cuánta colaboración puede ser una ventaja.
Nos reunimos temprano en la mañana y todos se preparan para ir a desempeñar su papel, convirtiéndose en parte de este rompecabezas de trabajo.
Entonces cargamos las palas, el machete y las canastas llenas de plantas nuevas y subimos al monte en la oscuridad del bosque sabiendo que a nuestro regreso encontraremos el almuerzo listo, probablemente un maito de pollo o tilapia, preparado a la manera tradicional por las mujeres de la comunidad.

Al fin y al cabo, a pesar del cansancio, nos sentimos satisfechos pensando que de alguna manera hemos hecho nuestro aporte “sembrando el futuro”. Porque algún día estos árboles darán frutos y madera a la gente de aquí pero al mismo tiempo, al reemplazar monocultivos y áreas deforestadas, ayudarán a restaurar estas tierras, ahora cansadas de décadas de falta de conciencia ambiental y políticas económicas que no protegen ni el territorio ni las comunidades indígenas que han vivido aquí durante milenios, adaptándose al lugar en armonía.