de Eleonora Masullo – Quito

“Acostumbrarse” es una palabra que siempre me ha gustado. En la lengua italiana se puede traducir con “abituarsi” pero aquí, en Quito, donde realizo el Servicio Civil con ENGiM, he comprendido que esta palabra es realmente un concepto filosófico y por eso creo que sea mejor traducirla con “tomar el costumbre”. Y en Yachay Wasi, la escuela intercultural bilingüe (kichwa-español), en particular, “acostumbrarse” no ha sido – y quizás aún no lo es – fácil. 

La escuelita Yachay Wasi se presenta, desde la ventanilla del autobús que bordea desde fuera del barrio, como una mancha de color en el gris y pobre barrio de San José de Monjas, al sureste de Quito. Allí donde la urbanización salvaje ha barrido hectáreas de terreno, el centro educativo Yachay Wasi busca mantener vivas las tradiciones y el saber andinos: Yachay Wasi, en el idioma kichwa, significa “Casa de los saberes ancestrales”. En el pequeño oasis en el corazón del barrio, donde se educa a los jóvenes para que se sientan orgullosos de sus tradiciones y del idioma kichwa, el mensaje es claro, también pintado en el mural de la fachada: “Mi infancia es para la justicia social, ecológica y espiritual”. En estos tres pilares de justicia se ha marcado la fiesta del Kapak Raymi, coincidiendo con el solsticio de invierno, con la que se saluda el ciclo que acaba de transcurrir y se da la bienvenida a lo que está a punto de comenzar.

Docentes y estudiantes han puso todas las energías posibles para rendir homenaje a la festividad y regalar un espectáculo verdaderamente único en su género: para abrir la celebración, el ritual del “Círculo de la vida” a cargo de los niños de todos los grados de la escuela Yachay Wasi; A continuación, el 5° grado exhibió una danza típica del pueblo Saraguro con desfile de máscaras tradicionales. Pero lo que representa científicamente y culturalmente el Kapak Raymi para los andinos nos lo explicaron los wawakuna del 6 º año que centraron la intervención en los saberes andinos: durante el Kapak Raymi, (generalmente 21 de diciembre, día del solsticio de invierno), el Sol está a la mayor distancia angular del Ecuador. En el calendario andino, el Kapak Raymi marca el inicio de un nuevo ciclo para la tierra: en particular el maíz alcanza su máximo vigor.

Pero el Kapak Raymi para el CECIB Yachay Wasi es la ocasión para volver sobre los temas fundamentales de la escuela: la no violencia, la protección de la salud y del ecosistema, el fomento de los productos artesanales y locales, la lucha contra la opresión. Nada que ver, pues, con la Navidad a la que estamos tan acostumbrados: escenas de Santa Natividad, pastorcitos, luces intermitentes, árboles de Navidad y Papá Noel. La Navidad de Yachay Wasi es una ocasión, por una parte, para reforzar el vínculo con la Pachamama (Madre Tierra), por otra para recordar una realidad concreta, dura: la guerra en Palestina, las enfermedades provocadas por los productos contaminados, el impacto que las multinacionales y las grandes empresas tienen en el territorio y en el medio ambiente. “Feliz Navidad no hay, cuando genocidio, racismo, miedo en casa, feminicidio, muertes por hambre, crisis climática hay”.

La Navidad de Yachay Wasi es una Navidad crítica que sacude las conciencias y nos hace sentir pequeños y casi culpables al celebrarla cuando afuera, en realidad, no hay mucho que celebrar.  La participación en el Kapak Raymi ha sido en primera persona también para nosotros docentes que hemos participado en el evento exhibiéndonos con una danza típica de los pueblos andinos y en la que ciscuno ha tomado las vestiduras de un diferente pueblo indígena de Ecuador: Saraguro, Otavalo, Cayambe. “Acostumbrarse” para mí ha querido decir exactamente esto: entrar en el sistema, de manera total pero siempre en punta de pies, descubrir (y también cubrir) un nuevo mundo, además de una nueva forma de ver las cosas. “Tomar el costumbre” implica desvestirse de las convicciones, desmantelar nuestras conjeturas mentales para que, desnudos y vaciados, podamos estar listos para acoger lo nuevo. Cerrando los ojos, el corazón iba a tiempo con el tambor del ritual de apertura hasta la conclusión, donde las voces blancas de los niños indígenas, afroecuatorianos y mestiza de Yachay Wasi hicieron resonar en el estrecho aire del centro cultural el kichwa de la canción “Chaska ñawi”.

La determinación, el compromiso, el deseo de esta pequeña comunidad intercultural de agarrar un espacio en una sociedad que parece no querer dejarle. Hacerse espacio con el propio bagaje de saberes y valores: si bien unos parecen exclusivos de la comunidad, los segundos – al contrario – pertenecen realmente a todo el género humano. “Acostumbrarse” no es fácil. Pero aquí, en Yachay Wasi más que en cualquier otro lugar, se vuelve necesario.