de Angelica Celi – Lago Agrio

Mayo marcará mi sexto mes en Lago Agrio, en el corazón de la selva amazónica de Ecuador. Para ser honesta, en la vida cotidiana no siento que esté en la Amazonía. Para el trabajo que hago y para las personas de nacionalidad colombiana y venezolana que cada día se acercan a nuestra oficina, este es simplemente un lugar fronterizo, bastante hostil, lejos de sus hogares, a donde se vieron obligados a venir debido a la violencia y conflictos en sus países de origen. Desafortunadamente, para algunos de ellos, Lago Agrio no representa un “refugio seguro” porque está demasiado cerca de la frontera con el país del que huyeron.

El trabajo que nosotros, los voluntarios del programa “Corpi Civili di Pace”, realizamos apoyando a la ONG “Consejo Noruego para Refugiados”, es principalmente de emergencia y asistencia humanitaria. A diferencia de los proyectos de cooperación internacional definidos como “desarrollo”, no podemos proporcionar ayuda o soluciones a largo plazo. Lo que podemos hacer es proporcionar primeros auxilios que les permitan comenzar una nueva vida aquí, ayudándolos primero a iniciar los trámites legales para obtener los documentos y regularizar su situación migratoria y luego, dependiendo de las vulnerabilidades más o menos graves identificadas, podemos apoyar con ayudas económicas que les permitan tener medios de subsistencia.

Desde el comienzo, este trabajo fue muy desafiante para mí porque el contacto directo con los migrantes me obliga a enfrentar experiencias de vida, traumas y sufrimientos muy intensos y a menudo aún recientes. Estas historias también me han hecho más consciente de mi privilegio: al igual que nuestros usuarios, yo también estoy lejos de casa, pero las circunstancias y motivos que me trajeron aquí son claramente diferentes a los suyos.

El fenómeno de la migración presenta muchas complejidades y facetas y destaca cómo, una vez más, las desigualdades sociales son el elemento que más influye en la posibilidad de llevar una vida digna. Más del 90% de los refugiados que atendemos en nuestra oficina viven en condiciones de extrema pobreza que no les permiten emanciparse e iniciar una vida independiente de la ayuda humanitaria.

A pesar de ser una experiencia intensa y a veces difícil, estoy convencida de que el tiempo que paso aquí en Lago Agrio influirá en mi camino personal y profesional y que siempre lo llevaré conmigo. En el futuro, espero poder seguir contribuyendo, aunque sea solo en pequeña medida, a hacer de este mundo un lugar un poco más justo.