de Virginia Ruosi – Lago Agrio
Mi trayectoria con la Unión de Afectados y Afectadas por Texaco (UDAPT) comenzó en uno de los rincones más remotos e intactos de nuestro planeta, Lago Agrio, en el corazón de la Amazonía ecuatoriana. Este lugar, emblemático por su extraordinaria biodiversidad y riqueza cultural, lleva, sin embargo, las cicatrices de un conflicto ambiental y social prolongado, originado por la exploración petrolera. La impresionante belleza natural de la región contrasta dramáticamente con las consecuencias de la actividad industrial, especialmente en lo que respecta al uso de los mecheros, que representan una fuente continua de contaminación. Estos dispositivos, al quemar el gas excedente producido por la extracción de petróleo, emiten a la atmósfera no solo gases de efecto invernadero sino también sustancias nocivas que amenazan la salud del ecosistema y de la población local.
En los últimos meses, mi aporte a la UDAPT se ha enfocado específicamente en la creación y organización de una campaña mediática centrada en la problemática de los mecheros. Hemos desarrollado material informativo y de sensibilización, esencial para difundir el conocimiento del caso de los mecheros más allá de los límites locales. La campaña culminó con una marcha y una manifestación de dos días en Quito, el 12 y 13 de marzo de 2024, para llamar la atención sobre nuestras demandas de justicia ambiental. Una pieza clave del trabajo ha sido la interacción directa con las comunidades más afectadas por los impactos nocivos de los mecheros, para asegurar que el mensaje alcance a la audiencia más amplia posible, sensibilizando a la opinión pública y solicitando una acción concreta. El desafío ha sido no solo logístico, sino también emocional, dada la importancia crucial de estos eventos para la causa y para las vidas de las personas. Estas visitas de campo no solo han permitido recoger testimonios directos y documentar los daños, sino que también han fortalecido el vínculo entre la UDAPT y las comunidades, creando una red de apoyo y resistencia más amplia y cohesionada.
Estos días de protesta no fueron solo un llamado al respeto de la sentencia que condena el uso de los mecheros cerca de las áreas habitadas, sino también un recordatorio de la responsabilidad colectiva en preservar el ambiente. La determinación y la resiliencia mostradas por las comunidades indígenas y los activistas, incluyendo figuras jóvenes como Leonela Moncayo, representan un faro de esperanza y un ejemplo de compromiso cívico. Leonela, con su historia y su valentía, simboliza la lucha de muchas generaciones que, a pesar de las amenazas e intimidaciones, continúan luchando por un futuro más justo y sostenible. Su voz y las de otras jóvenes activistas resuenan con un mensaje poderoso: el derecho a un ambiente sano no es negociable. El viaje para llegar a Quito y nuestra participación en las manifestaciones han sido momentos de profunda reflexión sobre el significado de nuestro compromiso. A pesar de los obstáculos y dificultades, la solidaridad y la determinación compartidas entre los participantes han reforzado nuestra convicción en la causa que representamos.
El testimonio de mi año de voluntariado con la UDAPT en Lago Agrio es, por lo tanto, una historia de compromiso, desafíos, pero sobre todo, de esperanza. A través de nuestras acciones, buscamos sentar las bases para un cambio real, promoviendo la justicia ambiental y los derechos humanos. Es una lucha continua, que requiere valor, determinación y la acción colectiva de todos nosotros. Invito a quien lea estas palabras a reflexionar sobre la importancia de proteger nuestro planeta y apoyar a las comunidades que, día tras día, viven las consecuencias directas de la contaminación y la degradación ambiental. Solo a través de la conciencia y el compromiso colectivos podemos esperar construir un futuro mejor y más justo para todos.